Mientras, yo he intentado concentrarme en mi lectura, una colección de relatos urbanos de Juan José Millás, tan reales e irónicos como la vida misma. En éstos, la ciudad es el enclave para reflejar los entresijos de las relaciones humanas, deterioradas por la vorágine actual. Los protagonistas utilizan diversos mecanismos de defensa para rescatarse de su deshumanizada cotidianeidad: ironía, fantasía, mentira, etc.
Pero no he conseguido concentrarme, porque pensaba que el encuentro con esa pareja había tenido mucho de humano. Había sido de una simplicidad cálida, sólo hecho de gestos y de apenas un par de frases. De repente, el atender a mi lectura, a sus argumentos construidos a partir del surrealismo puro de situaciones comunes, se me antojó irreal, mezquino, porque me introducía en una burbuja de ausencia, me desconectaba de ese encuentro casual que estaba empezando a disfrutar.
Digamos que el encuentro con esa pareja de ancianos activó en mí algún resorte sensible, y merecía de toda mi atención. Además, mientras hacía que leía, pude experimentar la sensación que suponía "salir de mi" y observar el cuadro: los dos viejos, la mujer leyendo el periódico en voz alta, y el hombre, manso, dejándola hacer, y mirándome de vez en cuando, girando levemente la cabeza, lo suficiente como para no hacérmelo notar, y yo haciendo como que leía.
Sólo entonces fui consciente de la plenitud de ese instante, de la carga de significado de ese rato de silencio.
El hombre me ha parecido muy solo. Muy bueno, pero muy solo. Lanzaba tímidos comentarios al aire, dirigidos aparentemente a nadie en particular, pero que sin duda esperaba que yo apostillara (lo que molestaba el sol, tan tendido a esa hora de la tarde.... la incredulidad ante la afirmación de Zapatero de que España es de los países europeos que menos notará la crisis... que si los vecinos de enfrente, los que estaban sentados en la terraza, merendaban...) Me ha dado un poco de lástima no replicar a ninguno.
Al final he decidido irme, y el hombre, viendo creo la oportunidad de dirigirme algunas palabras, me ha regalado un folleto de la campaña informativa del ayuntamiento de Madrid dirigida a los mayores: "Cómo protegernos ante el calor excesivo".
Después de intentar renunciar por cortesía, lo he cogido y le he dado las gracias. He dicho algo sobre los buenos hábitos de salir a la calle hidratado, y me he despedido. Me he ido con una extraña serenidad y con bastante emoción.
Creo que me he visto reflejado en la actitud del anciano. Me ha emocionado su mansedumbre, su potente serenidad. Ese comportamiento calmo estoy acostumbrado a verlo en las gentes de edad de los pueblos, en los ancianos que se asolean en los bancos de la plaza, que ven alargarse las sombras de los árboles, y sopesan la densidad del silencio. Lo que me ha sorprendido es haber podido descontextualizar ese comportamiento de un núcleo rural (donde es más proclive a manifestarse) y situarlo en una gran ciudad como Madrid.
No he visto en los ojos del anciano rasgos de tormento, aceleración, ironía, fastidio o desasosiego. Sólo serenidad.
Y ha sido un gran regalo.