Sábado 9 de mayo.
22:30h
Estoy cansado.
Regreso a casa en metro.
Está lleno. Tengo que ir de pie.
Una pareja está sentada justo delante de mí.
El chico le está haciendo un truco de magia. Esconde una bolita de papel en la palma de la mano. La cierra, y la mantiene boca arriba. Con los dos dedos de la otra mano recorre despacio el antebrazo de la mano que esconde la bolita. El derecho. Poco a poco. Despacio. Subiendo hasta el codo. Hasta el hombro. Hasta que la hace aparecer por detrás de la oreja derecha.
La chica le recompensa con una sonrisa sin demasiada convicción, como si fuera algo que el chico le repite constantemente.
Levanta la vista para ver si alguien les ha visto, y topa con mi mirada. Ve que sonrío. Ya sabe que yo sí.
Sonríe y baja los ojos.
Y se obliga a ser cariñosa con el chico. Le da un cachete dulce en la mejilla y le ladea la cara suavemente a un lado.
En ese momento me da la sensación de que no habría tenido ese gesto espontáneo si yo no la hubiera estado mirando. La vergüenza ha hecho de resorte.
Y he pensado que ésta es una de las pocas ocasiones en que este sentimiento genera algo diminutamente hermoso.
No estamos solos
Hace 7 años